jueves, 25 de noviembre de 2010

Anhelo.

Sí, supongo que es doloroso. ¿Cómo no va a serlo?

Aun así, las olas siguen llamandome, aunque saben que es inútil. Su fidelidad me abruma.

Los acordes no hacen más que aumentar la agonía.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Parca.

Llévame lejos.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

La noche de los cuchillos largos.

Daba vueltas por la habitación como un animal nervioso. Resollaba y jadeaba aunque sus pulmones no lo necesitasen. Art Morgan, la viva imagen de la tranquilidad, representaba la otra cara de la moneda. Loba se paró un momento como si acabase de recordar algo, giró y siguió andando rápido, con zancadas largas y profundas que resonaban en el suelo de baldosas. Miraba al suelo con la boca entreabierta y las facciones crispadas, el ceño fruncido en una mezcla de preocupación, rabia y miedo orgulloso. De vez en cuando se llevaba las manos a la cabeza sin una finalidad definida, pasándoselas por el pelo, apartándose un mechón, solo para no tenerlas quietas. Morgan, desde su sofá, sacó un paquete de tabaco y ofreció un cigarro a Loba cuando pasaba por delante. Fue un gesto de caridad, puramente humano. Desapasionado, eso sí. Sabiendo de antemano que eso no la calmaría.

Lo cogió sin dar las gracias, como un águila que oprime una presa entre sus garras. Paró en seco, sacó un mechero y encendió el cigarro con una calada profunda, ansiosa y casi agónica. Después tiró el encendedor en el sofá, al lado de Morgan, y siguió andando. Le picaba la mejilla izquierda, cruzada de lado a lado por un zarpazo que por poco no le había atravesado también lengua y encías. Las heridas de la batalla todavía persistían en su cuerpo derrotado.

-Loba -Art Morgan la llamó una vez.
-Zorra diabolista -masculló. La voz le temblaba ligera, muy ligeramente-. Una Brujah no debería conocer esos trucos de... ¿cómo se llama ese clan?
-Gangrel.

Masculló un asentimiento. Dio otra calada.

-Pero los conoce -afirmó el hombre.

Art siguió con la mirada la trayectoria circular de la neonata. Pensó que nunca se había parecido tanto al animal por el que la nombraban.

-Loba -Art Morgan la llamó otra vez, manteniendo la tranquilidad.
-No estaba planeado -se dijo a sí misma-. Creí que conocía todas sus tácticas. Merecía morir. Quiero decir, otra vez, y esta para siempre. Se lo merecía.

Morgan suspiró. Se incorporó a medias y cogió la mano de Loba cuando esta pasó enfrente suyo. Paró y lo miró.

-Loba -repitió una tercera vez, mirándola fijamente-. Tienes que irte. No puedo seguir protegiéndote.

Se soltó bruscamente y siguió andando. Tiró el cigarro casi consumido sin preocuparse por apagarlo. Mantuvo el silencio unos segundos.

-No -dijo por fin-, tengo que ir a ver a Jack.
-Creía que por fin habías entendido que hay muertos que hablan, y hay muertos que no.

Paró en seco, otra vez. Art Morgan se había convertido en una especie de padre, y como tal decía cosas que podía o podía no querer escuchar.

-¿Y eso me impide ir a sentarme junto a una lápida? ¿Hablarle al viento intentando seguir recordando al cadáver agusanado que tengo debajo como al hombre fuerte, vivaz y atractivo que una vez fue? -preguntó, casi furiosa. Sus ojos se enrojecían, empañados por lágrimas de sangre-. ¿Pretendes decirme que no puedo?
-Yo no he dicho eso. Estás muy nerviosa.

Sus labios apretados temblaron, pero ninguna lágrima cayó.

-No hay tiempo, Loba.
-¿¡Y a dónde coño quieres que vaya?! -rugió.

Y todo quedó en silencio. Morgan la miró largamente tras sus gafas de cristales ahumados, con la misma expresión de serena apatía que le había visto siempre.

-Te daré el número de alguien en Nueva Orleans. Damien Visser, un muchacho que corrió una suerte parecida a la tuya y a quien yo cuidé antes de que decidiese ampliar sus horizontes. Ahora me debe un favor. Ese favor serás tú.

Paró unos segundos. Loba relajó el gesto. Parecía mucho más calmada de lo que lo había estado en toda la noche. Así, tranquila, el zarpazo en su mejilla y el cansancio de sus gestos le hacían parecer mucho más lastimera. Pero no había de qué preocuparse, las cicatrices de su batalla con Velvet desaparecerían pronto. Las físicas, claro. De las otras no estaba tan seguro.

-Nueva Orleans es una buena ciudad para ganarse una reputación, Loba -continuó-. He oído que están restaurándola. El antiguo príncipe ha muerto. Los Sabbat fueron expulsados, pero en estos tiempos que corren no me extrañaría que aprovechasen para volver a la carga. Eres una buena guerrera. Gánate el favor del Príncipe, hazte fuerte, consigue aliados, y entonces quizás Velvet no lo tenga tan fácil para dejarte como te ha dejado.

La vampiresa bufó y miró hacia otro lado.

-Tienes toda la eternidad para volver y saldar tus cuentas. Hay que saber luchar, pero también cuál es el momento adecuado.

Loba lo miró. Por un momento sintió que su alma se tranquilizaba con las sabias palabras de aquel hippie desaliñado y enclenque. Entonces llamaron a la puerta.

Morgan se volvió hacia la fuente del sonido. Los cinco sentidos de Loba volvieron a chillar alertados. Art volvió a mirarla, ligeramente azorado.

-Ahora quieta -puso una mano en su hombro-. Y no digas una puta palabra.

Sintió cómo las sombras se fundían con ella y desaparecía de la vista, aunque estuviese ahí, plantada en medio de la habitación. Morgan fue a abrir la puerta.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Lowlife.

Ahora mismo la dejadez está esclafada en el sofá sepultada por cajas de pizza vacías, justo al lado de mi musa. De hecho, le está pasando una cerveza.

Quedan dos opciones, o liarme a patadas con la musa para que se levante y haga algo, o rendirme al amuermamiento toledano. Y creo que, por ahora, va ganando la segunda opción.

Ah, mira, una cerveza. ¿Es para mí? Gracias, dejadez. Hazme un hueco.

Es tan deprimente que me dan ganas de levantarme, mirarme al espejo y reirme de mi misma.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Ecos del pasado.

La anciana mujer contempló a los guerreros salir de la aldea, armados, listos para la batalla. Las trompetas, en la lejanía, se le antojaron el canto melancólico de ancestrales pájaros hechos de espíritu, alma y pasado. Su mente aleteó con ellos y se perdió en los recuerdos que transportaban sus alas negras:

Vió caras conocidas marchar con el gesto valeroso de la juventud, con aquel coraje que solo podían mostrar los ingenuos o los destinados a la gloria. Marchaban al amanecer, tocados apenas por los rosados dedos del alba, bajo una lluvia liviana y reconfortante que los acariciaba con el gesto tierno de una madre que acuna a su niño. Notaba la sangre en sus labios. Un corte producido por el frio de los primeros meses del año. El beso del invierno que de noche la había acariciado como un amante que se despide. "No llores, mi amada, volveré. Solo la muerte puede mantenernos alejados.".

Caminaba con ellos, con el coraje por bandera y el corazón perdido en lejanas ensoñaciones de honor y victoria. Su espada era su hermana y su protectora; la muerte, si llegaba, bella y gloriosa. Volviesen o no, sus nombres serían recordados en la memoria de los pueblos.

Vió a aquellos con los que había compartido su bebida en otro tiempo. Vió la mirada de quien por primera vez consiguió sonrojarla. Creyó volver a sentir sus caricias, pero se esfumaron con el aleteo de los pájaros negros. Sonrió a los que compartieron aventuras y vida con ella. Rió de nuevo con ellos, antes de que el tiempo volviese a sepultarlos.

Ahora, vieja, endeble, sentada al fuego mientras veía marchar a los guerreros, los ecos del pasado volvían a reclamar su sitio en su corazón. Alzó su mirada vidriosa y cansada al cielo -tronaba, pero los dioses ya no la llamaban a ella-, para luego bajarla hasta sus manos, encallecidas, arrugadas. Sentía el frio en el corazón, donde una vez había ardido la llama de la juventud, el amor, la esperanza. La risa se había apagado para siempre de su garganta y sus oídos. Las caricias en su piel ya se habían congelado, el acero era demasiado pesado para que pudiera levantarlo; su alma, demasiado vieja para seguir el ritmo acelerado de un espíritu joven buscando aventuras.

Ya solo le quedaba esperar, en suspensión, el momento en que sus ojos se cerraran, por fín, al mundo, al aleteo de los pájaros negros.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Lluvia

-Es estúpido.
-¿El qué?
-Esa manía instintiva del ser humano de creer que la naturaleza está en su contra. Como aquel que durante un día de tormenta se aparta del paseo marítico, como previniendo que el mar fuese a alzar una enorme boca para tragarlo.
-¿Y de verdad crees que los pájaros no piensan que el viento es su madre?

viernes, 3 de septiembre de 2010

Insomnio

Una oveja, dos ovejas, tres ovejas… dieciséis, diecisiete, dieciocho putas ovejas. ¿Un carnero? ¿Qué hace aquí un carnero? ¿Y un caballo…? ¡Eh, tú! ¡Deja de saltar para alante y para atrás y deja sitio a las otras! Cincuenta, cincuenta y una, cincuenta y dos, cincuentaytrescincuentaycuatrocincuentaycinc… ¿Por qué vais tan rápido? Cincuenta y seeeeeeeis. No tan lento. Oh, Dios. Será mejor que me masturbe. Surtirá más efecto. A lo mejor están poniendo porno en la tele, voy a ver… ¿Voy a ver? No, ahora que estoy aquí “apalancá” no. Seguiré contando ovejas. Setenta y… ¿uh? Joder, ahora las ovejas están follando. Mierda. Es una señal. Voy a masturbarme. Mucho mejor. Buenas noches.