jueves, 25 de noviembre de 2010

Anhelo.

Sí, supongo que es doloroso. ¿Cómo no va a serlo?

Aun así, las olas siguen llamandome, aunque saben que es inútil. Su fidelidad me abruma.

Los acordes no hacen más que aumentar la agonía.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Parca.

Llévame lejos.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

La noche de los cuchillos largos.

Daba vueltas por la habitación como un animal nervioso. Resollaba y jadeaba aunque sus pulmones no lo necesitasen. Art Morgan, la viva imagen de la tranquilidad, representaba la otra cara de la moneda. Loba se paró un momento como si acabase de recordar algo, giró y siguió andando rápido, con zancadas largas y profundas que resonaban en el suelo de baldosas. Miraba al suelo con la boca entreabierta y las facciones crispadas, el ceño fruncido en una mezcla de preocupación, rabia y miedo orgulloso. De vez en cuando se llevaba las manos a la cabeza sin una finalidad definida, pasándoselas por el pelo, apartándose un mechón, solo para no tenerlas quietas. Morgan, desde su sofá, sacó un paquete de tabaco y ofreció un cigarro a Loba cuando pasaba por delante. Fue un gesto de caridad, puramente humano. Desapasionado, eso sí. Sabiendo de antemano que eso no la calmaría.

Lo cogió sin dar las gracias, como un águila que oprime una presa entre sus garras. Paró en seco, sacó un mechero y encendió el cigarro con una calada profunda, ansiosa y casi agónica. Después tiró el encendedor en el sofá, al lado de Morgan, y siguió andando. Le picaba la mejilla izquierda, cruzada de lado a lado por un zarpazo que por poco no le había atravesado también lengua y encías. Las heridas de la batalla todavía persistían en su cuerpo derrotado.

-Loba -Art Morgan la llamó una vez.
-Zorra diabolista -masculló. La voz le temblaba ligera, muy ligeramente-. Una Brujah no debería conocer esos trucos de... ¿cómo se llama ese clan?
-Gangrel.

Masculló un asentimiento. Dio otra calada.

-Pero los conoce -afirmó el hombre.

Art siguió con la mirada la trayectoria circular de la neonata. Pensó que nunca se había parecido tanto al animal por el que la nombraban.

-Loba -Art Morgan la llamó otra vez, manteniendo la tranquilidad.
-No estaba planeado -se dijo a sí misma-. Creí que conocía todas sus tácticas. Merecía morir. Quiero decir, otra vez, y esta para siempre. Se lo merecía.

Morgan suspiró. Se incorporó a medias y cogió la mano de Loba cuando esta pasó enfrente suyo. Paró y lo miró.

-Loba -repitió una tercera vez, mirándola fijamente-. Tienes que irte. No puedo seguir protegiéndote.

Se soltó bruscamente y siguió andando. Tiró el cigarro casi consumido sin preocuparse por apagarlo. Mantuvo el silencio unos segundos.

-No -dijo por fin-, tengo que ir a ver a Jack.
-Creía que por fin habías entendido que hay muertos que hablan, y hay muertos que no.

Paró en seco, otra vez. Art Morgan se había convertido en una especie de padre, y como tal decía cosas que podía o podía no querer escuchar.

-¿Y eso me impide ir a sentarme junto a una lápida? ¿Hablarle al viento intentando seguir recordando al cadáver agusanado que tengo debajo como al hombre fuerte, vivaz y atractivo que una vez fue? -preguntó, casi furiosa. Sus ojos se enrojecían, empañados por lágrimas de sangre-. ¿Pretendes decirme que no puedo?
-Yo no he dicho eso. Estás muy nerviosa.

Sus labios apretados temblaron, pero ninguna lágrima cayó.

-No hay tiempo, Loba.
-¿¡Y a dónde coño quieres que vaya?! -rugió.

Y todo quedó en silencio. Morgan la miró largamente tras sus gafas de cristales ahumados, con la misma expresión de serena apatía que le había visto siempre.

-Te daré el número de alguien en Nueva Orleans. Damien Visser, un muchacho que corrió una suerte parecida a la tuya y a quien yo cuidé antes de que decidiese ampliar sus horizontes. Ahora me debe un favor. Ese favor serás tú.

Paró unos segundos. Loba relajó el gesto. Parecía mucho más calmada de lo que lo había estado en toda la noche. Así, tranquila, el zarpazo en su mejilla y el cansancio de sus gestos le hacían parecer mucho más lastimera. Pero no había de qué preocuparse, las cicatrices de su batalla con Velvet desaparecerían pronto. Las físicas, claro. De las otras no estaba tan seguro.

-Nueva Orleans es una buena ciudad para ganarse una reputación, Loba -continuó-. He oído que están restaurándola. El antiguo príncipe ha muerto. Los Sabbat fueron expulsados, pero en estos tiempos que corren no me extrañaría que aprovechasen para volver a la carga. Eres una buena guerrera. Gánate el favor del Príncipe, hazte fuerte, consigue aliados, y entonces quizás Velvet no lo tenga tan fácil para dejarte como te ha dejado.

La vampiresa bufó y miró hacia otro lado.

-Tienes toda la eternidad para volver y saldar tus cuentas. Hay que saber luchar, pero también cuál es el momento adecuado.

Loba lo miró. Por un momento sintió que su alma se tranquilizaba con las sabias palabras de aquel hippie desaliñado y enclenque. Entonces llamaron a la puerta.

Morgan se volvió hacia la fuente del sonido. Los cinco sentidos de Loba volvieron a chillar alertados. Art volvió a mirarla, ligeramente azorado.

-Ahora quieta -puso una mano en su hombro-. Y no digas una puta palabra.

Sintió cómo las sombras se fundían con ella y desaparecía de la vista, aunque estuviese ahí, plantada en medio de la habitación. Morgan fue a abrir la puerta.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Lowlife.

Ahora mismo la dejadez está esclafada en el sofá sepultada por cajas de pizza vacías, justo al lado de mi musa. De hecho, le está pasando una cerveza.

Quedan dos opciones, o liarme a patadas con la musa para que se levante y haga algo, o rendirme al amuermamiento toledano. Y creo que, por ahora, va ganando la segunda opción.

Ah, mira, una cerveza. ¿Es para mí? Gracias, dejadez. Hazme un hueco.

Es tan deprimente que me dan ganas de levantarme, mirarme al espejo y reirme de mi misma.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Ecos del pasado.

La anciana mujer contempló a los guerreros salir de la aldea, armados, listos para la batalla. Las trompetas, en la lejanía, se le antojaron el canto melancólico de ancestrales pájaros hechos de espíritu, alma y pasado. Su mente aleteó con ellos y se perdió en los recuerdos que transportaban sus alas negras:

Vió caras conocidas marchar con el gesto valeroso de la juventud, con aquel coraje que solo podían mostrar los ingenuos o los destinados a la gloria. Marchaban al amanecer, tocados apenas por los rosados dedos del alba, bajo una lluvia liviana y reconfortante que los acariciaba con el gesto tierno de una madre que acuna a su niño. Notaba la sangre en sus labios. Un corte producido por el frio de los primeros meses del año. El beso del invierno que de noche la había acariciado como un amante que se despide. "No llores, mi amada, volveré. Solo la muerte puede mantenernos alejados.".

Caminaba con ellos, con el coraje por bandera y el corazón perdido en lejanas ensoñaciones de honor y victoria. Su espada era su hermana y su protectora; la muerte, si llegaba, bella y gloriosa. Volviesen o no, sus nombres serían recordados en la memoria de los pueblos.

Vió a aquellos con los que había compartido su bebida en otro tiempo. Vió la mirada de quien por primera vez consiguió sonrojarla. Creyó volver a sentir sus caricias, pero se esfumaron con el aleteo de los pájaros negros. Sonrió a los que compartieron aventuras y vida con ella. Rió de nuevo con ellos, antes de que el tiempo volviese a sepultarlos.

Ahora, vieja, endeble, sentada al fuego mientras veía marchar a los guerreros, los ecos del pasado volvían a reclamar su sitio en su corazón. Alzó su mirada vidriosa y cansada al cielo -tronaba, pero los dioses ya no la llamaban a ella-, para luego bajarla hasta sus manos, encallecidas, arrugadas. Sentía el frio en el corazón, donde una vez había ardido la llama de la juventud, el amor, la esperanza. La risa se había apagado para siempre de su garganta y sus oídos. Las caricias en su piel ya se habían congelado, el acero era demasiado pesado para que pudiera levantarlo; su alma, demasiado vieja para seguir el ritmo acelerado de un espíritu joven buscando aventuras.

Ya solo le quedaba esperar, en suspensión, el momento en que sus ojos se cerraran, por fín, al mundo, al aleteo de los pájaros negros.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Lluvia

-Es estúpido.
-¿El qué?
-Esa manía instintiva del ser humano de creer que la naturaleza está en su contra. Como aquel que durante un día de tormenta se aparta del paseo marítico, como previniendo que el mar fuese a alzar una enorme boca para tragarlo.
-¿Y de verdad crees que los pájaros no piensan que el viento es su madre?

viernes, 3 de septiembre de 2010

Insomnio

Una oveja, dos ovejas, tres ovejas… dieciséis, diecisiete, dieciocho putas ovejas. ¿Un carnero? ¿Qué hace aquí un carnero? ¿Y un caballo…? ¡Eh, tú! ¡Deja de saltar para alante y para atrás y deja sitio a las otras! Cincuenta, cincuenta y una, cincuenta y dos, cincuentaytrescincuentaycuatrocincuentaycinc… ¿Por qué vais tan rápido? Cincuenta y seeeeeeeis. No tan lento. Oh, Dios. Será mejor que me masturbe. Surtirá más efecto. A lo mejor están poniendo porno en la tele, voy a ver… ¿Voy a ver? No, ahora que estoy aquí “apalancá” no. Seguiré contando ovejas. Setenta y… ¿uh? Joder, ahora las ovejas están follando. Mierda. Es una señal. Voy a masturbarme. Mucho mejor. Buenas noches.

domingo, 29 de agosto de 2010

El precio de la consciencia.

Y tras enumerar las virtudes que les entregaba a cada una, el arcángel miró a todas las almas allí reunidas, listas para nacer en el mundo, y les habló con dureza.

-No obstante, puedo entregaros algo más a cada una de vosotras. Pero es una virtud tan maliciosa, o una maldición tan virtuosa, que será cosa de vosotros decidir si la tomais o no.

Y las almas abrieron sus mentes y escucharon con atención.

-Puedo concederos una última virtud. Pero esta lleva consigo un precio. Un veneno, ponzoña tal que ninguna serpiente ha sabido igualarla, que os envejecerá y corroerá por dentro y que debereis combatir durante el transcurso de vuestra existencia mortal, si no quereis que vuestra alma y vosotros mismos caigais en el abismo insondable de la apatía, de la melancolía. Carga del que sabe más de lo que debería. Y esa virtud es, oidme bien, la Sabiduría. ¿Quienes de vosotros aceptais?

Y el arcángel miró a las almas y estaban cabizbajas. Pero entre todas aquellas destinadas a nacer en esos momentos o los meses posteriores, almas de otoño y de invierno, vió una, aquella en la que había infundido también el coraje y la determinación de un héroe, así como la calidez y ternura de una dama -extraña y triste combinación esa-, que lo miraba con los ojos llameantes de aquel que acepta un reto del que ya se sabe perdedor. Y dió un paso adelante. Y tan pronto como movió sus pies supieron ambos, arcángel y alma, que su atrevimiento se pagaría tan caro como igual sería la lucidez y perspicacia, la gloria que conocería entre todas sus compañeras. Y el arcángel le entregó la Sabiduría. Y el alma volvió a su fila, sintiendo ya en su corazón el peso del veneno.

Pero hubo una más, otro alma que si no se había descubierto aún ante tal ofrecimiento, era porque esperaba un premio mayor, como mayor sería, si cabe, su maldición. Y aquella alma en la que el arcángel había puesto la dureza y el aplomo de un líder, se quedó esperando a que ofreciesen su anhelo: la Conquista.

Pero esa es otra historia, y yo ya he contado la mía. Te toca.

domingo, 8 de agosto de 2010

Hotel Bahía, 411

-Perdone, ¿lleva un cigarro?

La mujer rebuscó unos segundos en su bolso y ofreció a la joven lo que pedía. Ella sonrió sinceramente y lo agradeció. Disfrutó unos instantes del momento y encendió el pitillo, succionando con júbilo la primera calada en mucho tiempo. Tras ello no le cupo duda de que aquel día estaba siendo inmejorable.

Sujetando una bolsa repleta de discos y vinilos recién comprados, ataviada con zapatillas blancas, elásticos negros y gafas de aviador, al mas puro estilo de los macarras de los 80's, Tara caminaba por la ancha avenida con aire arrogante y autosuficiente. Alzó la cara disfrutando de los rayos de sol de medio día mientras dejaba que la música que salía de sus auriculares la aislara del resto de los transeúntes que parecían extrañados de su ancha sonrisa y su aire dicharachero.

En algún punto de su paseo la avenida se abrió formando una plaza plagada de terrazas donde la gente reía y disfrutaba de una cerveza fresca bajo el calor del verano cerrado. En una de las terrazas reconoció una figura familiar ataviada de negro, recostada en soledad sobre el respaldo de su silla metálica y leyendo el periódico con aire distraído. Se bajó las gafas a la altura de la nariz y sonrió al reconocer a su colega. Tras dar una última calada y tirar el cigarro, se acercó a él.

-A los tiempos, Tara -saludó carente de emoción sin siquiera mirarla- Creía que me dejarías plantado.
-Yo tampoco pensaba que fueses a acudir, por eso me he entretenido un poco -respondió con una sonrisa, sentándose y colocando la bolsa de plástico en la silla que quedaba libre.

Guardó sus gafas en el bolso y rehizo la coleta con la que sujetaba su larga y ondulada melena castaña. La camarera se acercó rápidamente e igual de rápido se marchó tras apuntar el pedido de dos jarras de cerveza bien frías.

-¿Qué llevas ahí? -preguntó el joven observando la bolsa de Tara.
-Nada, unos caprichitos -respondió acercando su silla a la mesa-. Un par de Cd's de Heavy Metal. Allí donde yo vivo no hay tiendas de música.

El hombre dejó escapar una ligera risa entendiendo el tono sarcástico de la mujer.

La camarera volvió dejando delante de cada uno un enorme y dorado tanque de cerveza rubia. Los ojos de Tara chisporrotearon antes de que alzase su jarra y bebiese con el mismo ansia con el que se había fumado el cigarro. De reojo vislumbró a los dos hombres que comían en la mesa contigua a la suya. Un escuálido cura con sotana y alzacuellos y un monaguillo del doble de su tamaño con gafas y cara de pánfilo. La muchacha se divirtió observándolos. Llamó la atención de su colega, que bebía distraído mirando el periódico.

-¿Ves a esa parejita? -señaló con malicia-. Esos dos se dan duro en el confesionario por las noches.

Levantó cansinamente la vista de su periódico. En ese momento los dedos del cura tocaban intencionadamente los del monaguillo sobre la mesa, gesto que el más joven recibió apartando disimuladamente la mano, aunque no pudo evitar que pareciese que acabara de quemarse con un hierro candente. Tara miró hacia otro lado y rió.

-No deberías decirlo tan alto.

La mujer se encogió de hombros y bebió otro trago de cerveza.

-No puedo evitar hablar a voces cuando tengo a mi lado a un ministro de la iglesia.
-Tara, te están oyendo.
-¿Y? -preguntó entre extrañada y ofendida-. Ellos no paran de hablar de mí en sus putas misas.
-Que yo sepa nunca se ha nombrado en la Biblia a Inanna, ni a la Prostituta de Babilonia o cualquiera que sea el mote que uses ahora, Ishtar.
-Tsé, con otros nombres, pero lo hacen.

El joven negó con la cabeza, dobló el periódico y cruzó los dedos encima de la mesa mirando fijamente a Tara.

-Bueno, venga, cuéntame qué tramas. Nunca me llamas si no quieres algo de mí.

La joven sonrió y comenzó a explicarlo todo con pelos y señales.

-¿¡Te has vuelto loca!?
-Pensé que sería divertido -rió.
-¿Pensaste que sería divertido que el actual Papa intentase violar la momia de un monje capuchino en su visita a las catacumbas de Sicilia?
-El mundo sería mucho mejor si eso ocurriese, Luci.

Lucifer suspiró, miró un par de veces a Ishtar a punto de gritarle algo pero finalmente gruñó y sacó de su bolsillo un pergamino cuyo aspecto vetusto no concordaba en lo más mínimo con la escena o vestimenta de los interlocutores. Se lo tendió a la joven.

-Firma.

Ishtar sonrió. Sacó un punzón de plata de su bolso y se pinchó la yema de un dedo. La sangre cayó en el papel, que se la tragó inmediatamente dejando en su lugar una bonita rúbrica. Lucifer hizo lo mismo.

-Ahí tienes tu puta licencia -masculló bebiendo de trago lo que quedaba en su jarra-. No se por qué coño te consiento siempre todos tus caprichitos.
-Por lo mismo que los has estado consintiendo todo este tiempo -respondió la joven levantándose de su silla y besando la mejilla de su compañero-. Por cierto...

Antes de irse sacó un papel de su bolso y lo dejó encima de la mesa. El joven lo examinó.

-¿Qué es?
-La dirección y número de habitación del hotel en el que me hospedo esta noche -explicó con total naturalidad-. Trae esposas. Y lubricante, mucho lubricante.

jueves, 5 de agosto de 2010

Báh.

Paso. Desisto. Me rindo.

A la mierda.

lunes, 2 de agosto de 2010

"Disfruta del silencio"

...me dijiste. Sin palabras, apoyando tu dedo en mis labios, mientras me mirabas con tus dos oceanos de calma añil, de hielo cálido, del azul turquesa de los recuerdos. Tú sabías más que yo, más que mi impulsividad infantil, que mi inocencia tierna y despreocupada. Sabías que ese momento era importante, e irrepetible. Intentaste avisarme. "Aprovecha" quisiste decirme, estoy segura. "Aprovecha antes de que sea demasiado tarde".

Demasiado tarde se hizo realidad muy pronto, pero yo seguía sonriendo, y no entendía por qué tus ojos se llenaban de lágrimas, por que tu "nos vemos pronto" sonó tan triste, tan... utópico. Y dejé que el viento se hiciera fuerte y nos separara, no hice caso a esa chispa triste que encendiste en mí y me dijo que volviese una vez más, que te abrazara una última vez. Dejé que el viento se hiciera fuerte y te llevara porque pensé que nada sería tan fuerte como yo, que volvería y te abrazaría mil veces.

Pero aquello resultó ser un final. Por eso, por eso me advertiste. "Disfruta del silencio". Tú lo sabías desde el principio, pero, ¿cómo decirselo a alguien que aún no ha perdido la inocencia, cómo avisarle de que las cosas no son tan fáciles? Entendí tarde la melancolía de tus ojos cuando me miraban. Entendí tarde que, mientras yo vivía un principio, tú vivías un final. Tú fuiste más listo, más previsor. Pero yo me enamoré de la tristeza de tus caricias, y pensé que sería lo suficientemente fuerte, lo suficientemente buena para mantenerlas siempre conmigo.

Pero el viento era demasiado fuerte. Y yo te necesitaba, pero no te tenía. Y entonces lo comprendí, tarde y mal. "Disfruta del silencio". Y aún hoy, un año después, recuerdo la dulce tristeza de tus ojos al intentar decírmelo. Y aún hoy, a veces, cuando tu aroma vuelve a mí en los momentos más imprevistos, como esta noche, me duermo acunada por los recuerdos de tus caricias, aquellos que nunca consiguió llevarse el viento.

viernes, 30 de julio de 2010

Sobre pesimismo, neurotransmisiones, y soluciones revolucionarias al problema.

Supongo que es como una especie de enfermedad, ¿no? Te ilusionas, te desilusionas y viene el miedo. Es normal, a todo el mundo le pasa alguna vez. Es una patología humana el creer que algo se convierte en necesario y, tras ello, tener miedo a perderlo... ¿no? ¿O se trata solo de mí?

¿Realmente es normal encontrar algo que te saca una sonrisilla y tenerle miedo? Quizás sean las hormonas, aquello tan poético de las cicatrices del alma, o quizás sea que me hace sentir vulnerable... ¿no? No, no es eso, eso son tonterías, excusas.

Claro, ya lo entiendo. Es porque siempre quiero más, ¿verdad? No, espera, no es eso tampoco. Todo viene de antes, del movimiento mental directamente anterior a la deducción del "Quiero más, no es suficiente". De hecho, el "Quiero más, no es suficiente" no viene solo, sino...

...Porque me anticipo. Es esa manía de mi mente hiperactiva de anticiparse a todo movimiento posible, aun sin estar siquiera cercana en tiempo o espacio a dicha situación. Es anticiparse, concentrarse en lo negativo y dar un toque de atención al resto del cerebro. Como esos toquecitos con el dedo que te da alguien en la espalda, tan crispantes. "Eh, va a pasar esto. Es lo más probable, siempre te pasa, ¿por qué esta vez no?" Pues permitidme la licencia poética de contestar yo misma a mi propio cerebro.

Esta vez no porque no me da la gana. Cierra la puta boca y déjame en paz.

Cojones.

viernes, 23 de julio de 2010

Bajo cero

Si me descongelo, muero. Si me descongelo, muero.

lunes, 5 de julio de 2010

Tras la tormenta...

Rehacerse. Reponer la coraza. Reunir los fragmentos rotos. Volver a colocarlos en su sitio. Congelarse. Convertirse en estatua de frío hielo. No sentir. Dejar de sufrir. Esperar a que las alas rotas caigan. Aguardar mientras crecen las nuevas. Dormir. Descansar. Esperar.

Duerme la Loba en su cueva blanca.
Espera la Dama, convertida en estatua de hielo y nieve.
Yace el Dragón, muerto hace mucho tiempo.

martes, 29 de junio de 2010

Despertar


Abrir los ojos congelados a la nueva realidad que espera. Observar con horror el fin de la propia inocencia. Contemplar las múltiples máscaras que se habrán de utilizar a lo largo de una nueva andanza en el mundo.

Descubrir, entre otras cosas, que ser uno mismo no sirve de nada. Que en realidad no existe ese término. Solo máscaras. Máscaras y más máscaras tras las que esconderse. Máscaras que hay que aprender a utilizar.

Atisbar la cruel idea de que los cuentos de hadas no existen. Caer en la cuenta de que el corazón es un órgano inútil, solo rentable en la tierna y despreocupada infancia. Decidir arrancárselo y arrancarse las emociones que él puede proporcionar. Convertirse en frío autómata. Negarse el placer de los dulces sentimientos, pero también el sufrimiento de los crueles finales.

Salir del confort de la hibernación, dejar la dulce coraza helada de la inactividad y enfrentarse a la lucha fraticida del mundo. Ser autodidacta, abandonar los falsos manuales y aprender que el avance solo es posible a base de luchas y obstáculos.

En eso consiste el Despertar. Pero yo... yo quiero dormir para siempre.

miércoles, 23 de junio de 2010

Casualidades de la vida

Ahora lo entiendo todo.
En fín, voy a fumarme un cigarro.

domingo, 20 de junio de 2010

"Speed Nosequé"

La mujer dio otra calada a su cigarro mientras caminaba con la mirada perdida entre niños descalzos y chatarra mojada por la lluvia, sin hacer el más mínimo caso a su interlocutor, que gesticulaba con vehemencia y voz chillona.

-Habrase visto semejantes cínicos hijos de puta... Ahora, ¡ahora que nos necesitan es cuando nos prestan su ayuda! ¿Pero sabes qué? Que se jodan. Ya no los necesitamos.

Asintió distraída buceando entre sus pensamientos. En ellos revoloteaba una melodía pegadiza que no se separaba de ella pero tampoco quería emerger del todo. Una melodía tímida, escurridiza, de las que solo enseñan unos pocos acordes antes de volver a desaparecer. Pero cuánto le jodían aquellas melodías.

-Si no tuviesen el cráneo lleno de todos sus millones, quizás habrían podido adivinar que si después de tanto tiempo los suburbios siguen ahí es porque han sabido defenderse solitos.

Unas quintas aquí, un punteo allá, grito desgarrado, cambio de ritmo en la batería. Pa, tu'pá.

-...y ahora que tenemos algo que les interesa, nos toca a nosotros darles de comer mierda.

"Speed..." ¿"Speed..." qué?

-¡Banshee!

La mujer sacudió frustrada la cabeza y miró a su colega.

-No me estás haciendo caso.
-Ayer pusieron una canción nueva en el bar y no consigo recordarla.
-Bueno, pues si tan poco te interesa lo que te estoy contando igual puedo ayudarte, pero al menos dímelo, joder.

Torcieron una esquina y entraron en la barriada principal, compuesta por chabolas de hojalata a punto de caerse, amontonadas a ambos lados de la ancha carretera, y un autobús sin ventanas a modo de bar, donde un grupo de hombres cercanos a la vejez discutían sobre asuntos banales y no tan banales. Al fondo solo se veía el horizonte.

-El estribillo no paraba de repetir una y otra vez "Speed Nosequé".
-¿Speed King, de Deep Purple?
-No, no, joder. La canción era más o menos así.

La mujer abrió la boca y modificó los canales de aire de su garganta. Cerró unos pocos, expandió otros tantos, abrió cientos más. Miles de pequeñas filigranas formando una suerte de invisible hormiguero, un entramado similar al de una tela de araña. Dejó que el aire saliese de sus pulmones y con él una marabunta de voces, guitarras eléctricas y timbales. La canción entera tomó forma como salida de un radiocasette. Después calló.

Su interlocutor se llevó una mano a la barbilla.

-Pues no, ahora no caigo.

(Trasfondo e idea conceptual cedida por: http://graznidosdecuervo.blogspot.com/ )

viernes, 18 de junio de 2010

Arcadas

Vuelves a abandonarme, como siempre, cuando más te necesito.

Y lo peor de todo es que me habrás dejado por cualquier choni barriobajera. Porque claro, es más fácil supervisar la copia de poemas de Bécquer cuyo único significado es la consecución de un polvo con "el Johnny" o "la Jenny", que dar a luz a la creación de otros nuevos cosecha propia con razones de ser más profundas. Pero, por supuesto, sabes que te necesito, que sin tí dejo de ser Midas, que pierdo mi poder, se me acumula la roña y me ahogo. Es como tener arcadas y no poder vomitar. Y claro, como lo sabes, te vas y vuelves cuando quieres, con total libertad. Porque tienes la seguridad de que estaré aquí esperándote con los brazos abiertos, siempre, pase lo que pase.

Definitivamente, las musas sois todas unas zorras.

sábado, 12 de junio de 2010

Caza

¿Quieres que sigamos bailando? Muy bien, pues seguiremos bailando.

Dejaré que creas que tú llevas las riendas, que lo tienes todo bajo control. Dejaré que pienses que el baile es tuyo, que sucumbí a tu hechizo. Mientras tanto, yo iré conduciéndote, poco a poco y sin que te des cuenta, a las fauces de la bestia. Consumiré tus fuerzas de la misma manera en que se consume este cigarro en mis labios. Muy pronto no quedará de tí mas que humo y cenizas. Tus plumas de pavo real pronto lucirán en mis cabellos como un trofeo más.

Bienvenido, querido mío, a la gran mascarada del mundo.

jueves, 10 de junio de 2010

Bienvenidos a la gran mascarada del mundo


Puede que me consideres una Don Nadie. Puede que creas que el arte efímero y vulgar del que alardeo no tiene cabida en un mundo como este. Es posible que llegue a darte miedo, que te preguntes qué clase de mierda tengo dentro de mí para conseguir escribir lo que escribo, asesinar de manera tan pulcra, tan elegante, tan... sutil la certeza de gente como tú en la belleza del mundo, en la bondad de las personas, en la perfección de la Creación Divina.

Pues bien, al menos algo de lo que piensas es cierto. Estoy llena de mierda. Tengo una inmensa, abrumadora y demoledora bola de mierda dentro de mí que tapa y aniquila todo lo maravilloso que una vez existió en mi ser. La Princesa de mirada cautivadora, la Soñadora, la Niña de ojos brillantes, murió aplastada por una enorme montaña de excrementos.

¿Y sabes qué es lo más terrorífico? Que al contrario de lo que tú y otra gente como tú piensa, esa devastadora bola de mierda no se debe a ningún singular y excepcional trauma, de esos que solo le ocurren a uno entre mil. Toda esa mierda se debe a conflictos habituales con los que tarde o temprano cualquiera ha de enfrentarse. Desengaños, traiciones, fracasos, frustraciones, golpes bajos... Suena deprimente, lo sé. Pues vuelve a leer de nuevo la frase anterior. Cualquiera. Sí, cualquiera.

Cualquiera. Y tú también, tarde o temprano, sentirás dentro de tí lo mismo que siento yo. Lo único que nos diferencia es que yo fui prematura en aquello de sufrir. Siempre he sido prematura en todo. Pero eso no quita que tu maravilloso mundo de luz y color vaya a oscurecerse algún día. Solo, espera.

Y, ¿sabes qué? Sufrirás y pasará. Pero ahí quedará para siempre el residuo del dolor, la sangre coagulada, la felicidad podrida. Ambos, tú y yo, la Don Nadie, nos pareceremos en algo.

Pero, volviendo al tema que nos ocupaba, la diferencia seguirá radicando en que, como suele ocurrir con nosotros, los escritores, los mayores mentirosos de la historia y del mundo natural, y en general con todos los artistas, yo tengo el poder de convertir la mierda en oro. Deleitar a otros con ella, hacer que se la traguen enterita sin saber siquiera lo que es, a lo que se debe, y encima hacer que me den las gracias, que me aclamen, que me digan "continúa, continúa" con sus bocas repletas de ella, sus trajes manchados de mi inmundicia.

Puede que sigas considerándome una Don Nadie. Puede que sigas creyendo que el arte efímero y vulgar del que alardeo no tiene cabida en un mundo como este. Pero has de saber, ante todo, que mi arte se debe a mi sufrimiento. Ambos sufriremos. Tú, yo, y todos los que piensan como tú, sufriremos.

Pero yo, y eso es una ventaja que vosotros nunca tendréis, sacaré provecho de ello.

Damas y caballeros, bienvenidos a la gran mascarada del mundo.